Ante la agresión de que son víctimas las montañas por la minería y otras actividades, al ser fuentes de vida, aire puro y agua, deben estar resguardadas por leyes que se hagan cumplir. Supervisar su estado estaría a cargo de la sociedad civil como organizaciones ambientalistas.
La Paz, diciembre de 2022 (ANA).- Este último mes del año marcado por la situación caótica que vive la república de Perú, por la 22° versión del campeonato mundial de fútbol ganado por Argentina, por el recrudecimiento de la confrontación entre Rusia, la Otan y Ucrania, por fuertes tormentas y un notable descenso de las temperaturas en norteamérica, además de la navidad y sus auras de paz y esperanza, se conmemoró el Día Internacional de las Montañas.
Y esta conmemoración es un evento que no debiera pasar desapercibido o entremezclado como uno más. Se trata esta vez de algo invaluable y que es la fuente de vida para todos los ecosistemas pues desde las montañas nacen los ríos y vertientes, proveen entre el 60 y 80 % de agua potable, además de ser una fuente de energía y diversidad biológica.
Así es, además del agua y los alimentos, las montañas cubren alrededor del 22% de la superficie de la tierra y son una gran fuente de energías renovables como la solar y la hidráulica, tan solo en Latinoamérica el 85% de estas energías se generan gracias a Los Andes. Pero no es solo eso, porque ante las amenazas de la erosión, las montañas son vitales para controlarlas e influyen favorablemente en la estabilidad de los diferentes pisos ecológicos.
Son abundantes las leyendas que narran el origen de las montañas en la Tierra, unas las atribuyen a luchas de gigantes que de pronto quedaron solidificados, otras las atribuyen a fenómenos geológicos de diversa índole, desde el polvo de combates entre titanes hasta cuerpos celestes que cayeron o seres inmortalizados encabezando valles y mirando al sol.
Pero no es la intención de este artículo el hacer una antología de algunas leyendas montañescas, pues esto es algo así como una especie de remembranza de cómo nos fuimos aproximando a la montaña.
Desde Ciudad Satélite al Illimani
Y es que una de las primeras era una loma a la que mis hermanos y yo íbamos de paseo con mi padre, ello era en Ciudad Satélite, en la ciudad de El Alto, cuando aún era un niño. Lo que más solía llamarnos la atención eran los promontorios de rocas donde hallamos lagartijas, incluso una que rompió su cola cuando nos tratamos de acercar.
Más tarde fue el Chacaltaya, luego el Huayna Potosí hasta que empecé a sentirme montañista y con amigos del Club de Excursionismo, Andinismo y Camping (Ceac) fuimos a diferentes sitios semejantes: la Cumbre, el Tuni Condoriri, el Serke Negra, el cruce por la cordillera hacia Acero Marka, más tarde el Illimani y el Mururata que no podían faltar, tantas y tantas montañas magníficas de las que ya no recuerdo el nombre: el Sajama, el Tunupa…uf…
Pero en todas ellas siempre estaba presente algo así como un ángel protector que evitaba que nos sucediese cualquier percance, pese a que no siempre me tocó ser de los más prudentes. Y es que siempre, antes de ascender una montaña es preciso detenerse y dirigirse a ella en lo profundo de uno, pedirle permiso para recorrerla, agradecerle por brindarnos la oportunidad de extasiarnos con sus bellezas y respetarla siempre, pero siempre.
Morrenas y glaciares, cornisas y cañones, a veces tocaba atravesar un paso en medio de una tormenta de nieve. Y las lagunas, acuíferos de aguas que reflejaban como espejo el cielo, las nubes y las formaciones geológicas. Panoramas majestuosos que se quedan para siempre grabados en la retina, solo basta entrecerrar los ojos para ver esos recuerdos imperecederos.
Salvemos las montañas
Mas todo ello quedó silenciado de repente ante las actividades antropogénicas que en pos de obtener riquezas, en este caso minerales mal llamados recursos naturales, proceden a destruir las montañas, aplanarlas. Aún recuerdo con pena cuando una dirigente indígena del norte de La Paz comentaba muy compungida cómo las labores mineras procedían a constantemente a destrozar las montañas, aplanarlas con maquinaria arrancando biodiversidad, fuentes hídricas, habitáts y ecosistemas para dejar enormes manchas aplanadas y desérticas pero que facilitaban la extracción de minerales.
Y es que la minería a cielo abierto rompe montañas y utiliza enormes cantidades de agua, no hay que olvidar además que el agua en la montaña goza de la cualidad de no estar contaminada, pero los desechos que deja la minería la contaminan minando la vida de la fauna piscícola así como de quienes se alimentan de los seres acuáticos. Todo lo que sucede en los valles, como los yungas, y en general, todo lo que hay montaña abajo, depende de lo que sucede, de lo que pasa, quizá algunos meses antes, allá, más arriba, en las alturas, en la montaña.
A ello hay que agregar el turismo masivo e irresponsable que procede a herirlas con todo tipo de artefactos para escalar, dejan en las alturas basura que nunca será recogida por muchos años y tardará aún muchos más en reintegrarse a la naturaleza. El Illimani, sus alrededores y otras montañas son v´pictimas de la minería.
En tal sentido y siendo tan fundamental para toda forma de vida el bienestar de las montañas, y siendo que nuestro país es uno de los afortunados en tener muchas, como las que constituyen la gran cordillera de los Andes, se hace muy necesario el que las autoridades, tanto a nivel municipal, departamental como por supuesto a nivel nacional, formulen una ley especial de protección a las montañas bajo la estricta condición de que esta normativa debe ser hecha cumplir rigurosa y fielmente, creando para ello entidades constituidas por toda la sociedad civil como organizaciones ambientalistas que es encarguen de inspeccionar periódicamente estos ecosistemas y supervisar su estado y el cumplimiento de las estipulaciones que las amparan. (VLM)