Por: Máximo Ferrer *
En el complejo y siempre mutante tablero geopolítico de América Latina, la reciente aproximación de Bolivia hacia potencias revisionistas como Rusia e Irán ha encendido alarmas en diversas capitales de la región y en los centros de análisis estratégico global. ¿Es esta alianza un simple acuerdo de cooperación o una cuña diseñada para fracturar la estructura de seguridad hemisférica? Lejos de ser un juego diplomático inofensivo, este triángulo geoestratégico tiene el potencial de alterar las dinámicas de seguridad, economía y estabilidad regional de maneras que trascienden la narrativa oficialista.
1. Transformación de la Seguridad Hemisférica: Un Cambio de Paradigma
La creciente presencia de Rusia e Irán en el hemisferio occidental a través de Bolivia no es un movimiento oportunista, sino una estrategia geopolítica calculada. Ambos países han perfeccionado tácticas híbridas como la guerra asimétrica, la desinformación y la infiltración en redes no convencionales, con el fin de desafiar la hegemonía de Estados Unidos y la OTAN en áreas clave. En este contexto, Bolivia se posiciona como un actor geopolítico clave, sirviendo como base para proyectar poder e influencia sobre Sudamérica, ampliando las capacidades de estos actores en la región.
Los acuerdos de cooperación en defensa y seguridad entre Bolivia e Irán han generado preocupación en los círculos de inteligencia internacionales, ya que podrían facilitar canales discretos para actividades de seguridad y la presencia de agentes iraníes bajo cobertura diplomática. Esta dinámica podría afectar la estabilidad regional, particularmente en la lucha contra el terrorismo y otras amenazas, dado el histórico vínculo de algunos actores de la región con redes vinculadas al terrorismo. Paralelamente, Rusia busca consolidar una presencia estratégica a largo plazo en América Latina, no solo por el acceso a recursos naturales, sino también para equilibrar la influencia de actores externos, alterando las dinámicas de poder tradicionales en la región.
Desde una perspectiva diplomática, la alianza entre Bolivia, Rusia e Irán reconfigura los alineamientos geopolíticos en América Latina, desafiando las estructuras de poder establecidas. La diplomacia boliviana se encuentra en una encrucijada donde sus decisiones podrían afectar no solo su soberanía, sino también desencadenar represalias económicas y políticas, lo que podría aislar aún más al país del sistema de alianzas occidental. Esta orientación hacia potencias revisionistas tiene el potencial de alterar el equilibrio regional y comprometer la estabilidad de los actores tradicionales en el ámbito geopolítico latinoamericano.
2. Recursos Estratégicos: El Oro Blanco, las Tierras Raras y los Minerales Radioactivos
Bolivia se sienta sobre un verdadero tesoro geoestratégico: vastas reservas de litio, considerado el «oro blanco» del siglo XXI. Sin embargo, lo que a menudo se pasa por alto es la existencia de minerales radioactivos y tierras raras, elementos fundamentales para aplicaciones en tecnologías de defensa, radares de alta frecuencia, guiado de misiles y tecnologías de energía nuclear.
Las tierras raras, compuestas por elementos como el neodimio, el disprosio y el terbio, son esenciales para la fabricación de imanes de alta resistencia empleados en sistemas de defensa, motores de aviones y submarinos nucleares. La capacidad de Rusia e Irán para controlar parte de estos recursos críticos podría alterar las cadenas de suministro globales y otorgarles una ventaja estratégica en el desarrollo de tecnologías de guerra electrónica.
La participación de Rosatom o Uranium One, corporaciones rusas, en proyectos mineros bolivianos, así como el interés de Irán en la explotación de estos recursos, plantea serias interrogantes. Dado el historial de Rusia e Irán en la proliferación nuclear y el desarrollo de capacidades militares avanzadas, la explotación de estos materiales bajo su supervisión podría derivar en un escenario altamente riesgoso para la seguridad global.
Desde una perspectiva diplomática, la gestión de estos recursos debería ser abordada con cautela. La falta de regulaciones adecuadas y la ausencia de controles internacionales efectivos pueden derivar en una crisis geopolítica, donde Bolivia termine siendo un mero proveedor de materia prima para fines estratégicos de potencias extranjeras.
3. Costos Ambientales y Sociales de la Explotación de Recursos
El interés extractivista de Rusia e Irán en Bolivia no solo implica riesgos geopolíticos, sino también un costo ambiental y social significativo. La explotación de litio y tierras raras requiere grandes cantidades de agua, lo que podría agravar la crisis hídrica en regiones ya afectadas por el cambio climático. Además, la minería de estos recursos genera residuos tóxicos que contaminan los ecosistemas locales y afectan a las comunidades indígenas.
En el ámbito social, la expansión de proyectos mineros a gran escala ha generado siempre conflictos con comunidades locales, que ven amenazadas sus fuentes de agua y tierras tradicionales. La falta de regulación ambiental adecuada y firme por parte del Estado y de sus Instituciones, sumado a la ausencia de consulta previa con los pueblos indígenas podrían derivar en un incremento de la conflictividad social, con protestas y resistencia contra estos proyectos.
En términos geopolíticos ambientales, la explotación intensiva de estos recursos podría reforzar la dependencia de Bolivia en un modelo extractivista, impidiendo la transición hacia una economía más sustentable y diversificada. La posible contaminación de acuíferos y suelos también podría afectar la seguridad alimentaria y la salud pública, lo que generaría un impacto de largo plazo en el desarrollo del país.
4. Prospectiva: ¿Un Callejón sin Salida o una Estrategia de Supervivencia?
Desde una perspectiva prospectiva, la explotación de recursos naturales en Bolivia bajo el control de potencias extranjeras podría sumir al país en una dependencia económica similar al neocolonialismo, manteniéndolo como proveedor de materias primas sin capacidad de industrialización propia. Este modelo extractivista, históricamente vulnerado por fluctuaciones en los mercados globales, como ocurrió con la explotación colonial en África y la dependencia petrolera en Venezuela, podría desencadenar crisis económicas, políticas y ambientales cuando los precios de los commodities caen o los contextos de mercado se alteran. A medida que la sobreexplotación de recursos aumenta, también lo hará la conflictividad social, con comunidades locales desplazadas o afectadas por la contaminación intensificando su resistencia, lo que podría desestabilizar aún más el país.
A largo plazo, Bolivia podría convertirse en un punto de disputa geopolítica entre potencias globales, lo que incrementaría la militarización de la región y generaría riesgos de conflictos indirectos, afectando la seguridad hemisférica. La creciente presencia de actores extrarregionales también consolidaría la dependencia de Bolivia de estos socios estratégicos, impidiendo la diversificación económica y perpetuando un modelo extractivista que limita su autonomía y desarrollo industrial. Además, el impacto ambiental derivado de estas prácticas podría ser irreversible, llevando a la degradación de ecosistemas y creando un ciclo vicioso de pobreza y dependencia económica.
En este contexto, Bolivia se enfrenta a una encrucijada decisiva, donde las decisiones de hoy definirán su soberanía en el siglo XXI. Aunque las alianzas con potencias extrarregionales puedan ser vistas como una estrategia de supervivencia política, los costos a largo plazo podrían superar sus beneficios, comprometido su autonomía y favoreciendo la explotación de recursos en función de intereses externos. El resultado podría ser un reordenamiento de alianzas regionales que refuerce aún más el modelo extractivista y perpetúe una dinámica de dependencia disfrazada de «cooperación estratégica». Resumiéndose todo ello en las palabras del geopolítico Nicholas Spykman: «La geografía no argumenta, simplemente impone condiciones», y Bolivia se encuentra en un punto de inflexión donde sus decisiones definirán el curso de su propia historia.
*Es analista en temas extractivistas (seudónimo)
ANA