Con cuatro generaciones de navegantes en su familia, nació en Guayaramerín a orillas del río Mamoré y su niñez fue entre arroyos, ríos, motores, y embarcaciones.
Beni, octubre (ANA).– La ambientalista Bettsy Ortiz Villarroel nació en Guayaramerín a orillas del imponente río Mamoré en Beni. Se declara “navegante” porque desde su niñez surcó los principales afluentes que le permitieron tener una vida sana, rodeada de la naturaleza, agua, flora y fauna. Aunque denuncia que en la actualidad cerca a un 30 % de los cuerpos de agua están contaminados con plásticos que afectan al medio ambiente.
Con cuatro generaciones de navegantes en su familia; cuando se vino a la ciudad de Trinidad subía a un taxi y en vez de indicarle al conductor que parta, decía puede zarpar, o al momento de solicitar que pare el vehículo, indicaba orilleando.
Esta es la conversación que tuvo la Agencia Ambiental de Noticias-ANA con Bettsy Ortiz Villarroel-BOV, la ambientalista e integrante de la Unión de Periodistas Ambientales de Bolivia (UPAB).
ANA.- ¿Cuéntanos de tu niñez, navegando entre ríos y arroyos?
BOV.- Bueno, yo tuve la gracia de Dios de nacer en la ciudad fronteriza de Guayaramerín a orillas del río Mamoré. Esta ciudad pertenece a la Provincia Vaca Díez del departamento del Beni. Mi niñez fue entre arroyos, entre ríos, motores, y embarcaciones.
Ustedes saben que en el Beni las principales carreteras siempre han sido fluviales, no tenemos hasta ahora vinculación a través de carreteras; entonces nos movilizamos por los ríos. Tenemos el majestuoso Mamoré, ahora que vivo en la ciudad de Trinidad el río Ibare que viene desde allá.
ANA.- ¿Cómo inicio esta historia?
BOV.- Mi padre era comandante de un motor —como se le llama a las embarcaciones fluviales— ahí en los primeros tiempos, cada vacación escolar y antes de ingresar a la escuela mi madre nos subía a la embarcación para navegar por el río Mamoré hasta llegar a Trinidad, Puerto Varador, y luego surcar el mismo río hasta llegar a Puerto Villarroel.
En ese entonces, se comercializaba ganado y se los traía en los pontones; y que cosa más maravillosa que un atardecer en la punta de una embarcación, comiendo un Majadito. Éramos niñas; mi padre nos amarraba con una soga a la cintura para poder largarnos al mismo río Mamoré —para que el agua no nos lleve. Ese río es bravo, es inmenso—, al mismo tiempo que aprehendimos a nadar.
Cuando había clases no podíamos viajar, nos quedábamos en la casa con mi abuela. A unas cuadras de mi casa estaba nuestro arroyito, donde íbamos a lavar la ropa, a nadar; en mi pueblo, todavía puedo decir que las aguas son cristalinas, quiero decir que se mira al fondo del arroyo.
En Guayara, hay arroyos importantes, el arroyo La Poza más cerquita de mi casa —porque tengo mi casa allá— está el arroyo Las Arenas en la carretera a Riberalta, un arroyo que es de dónde se saca el agua que distribuye a la ciudad la cooperativa de agua; también está el arroyo Los Siringos que divide la ciudad.
ANA.- ¿La vida es más sana en el río?
BOV.- El hecho de ser navegante, el hecho de criarse en los ríos es una vida más sana, porque uno cuando va navegando, o cuando va al arroyo encuentra diversidad de flora, fauna, diversidad de paisajes que son de la naturaleza misma.
Quiero contarles algo que en mi niñez, ahí cerca de Guayara esta la población de Cachuela Esperanza, una ciudad histórica, un patrimonio cultural de los tiempos de la goma y la castaña. Ahí se encuentran las grandes Cachuelas, donde también yo tuve la suerte de ir de paseo, en la época de colegio. Allí hay playa, hay una impresionante piedra de 30, de 40, no se sabe la verdad a profundidad en metros que tiene esa Cachuela; ahí por ejemplo yo pude llegar a ver que ya no se distinguen las famosas Piraíbas que son unos peces grandísimos que llegan a medir tres metros.
ANA.- ¿Navegaste en estas lanchas de fierro?
BOV.- Algo que yo no me olvido son las historias de mi abuela; su abuela de mi abuela fue cocinera de las lanchas; esas lanchas de fierro que había antes –que ahora quedan algunas como museos– ahí en los puertos, tanto en Riberalta como aquí en Trinidad, llevaban gente, la goma, surcando los ríos.
Luego también tuve la suerte de visitar en Riberalta a un gran puerto con un lago que se llama Tumichucua; en ese lago se podía nadar y hasta ahora es turístico.
ANA ¿Te consideras una navegante?
Yo me considero una navegante, porque nuestro padre nos dejaba pilotear el motor; esas embarcaciones que ahora se han modernizado con la tecnología, sin embargo, antes uno era el motor con timón y pura cadena nomas, la canoa que iba colgando del motor, para que uno pueda bañarse; la canoa que después se volvió deslizador ya con la modernidad. Había una estructura, el comandante, los pilotos, ellos podían salir a pescar a traer los grandes pescados el Zapato, el General, el Tucunaré, el Pacú.
Por lo menos son cuatro generaciones de navegantes y tengo familiares que todavía viven de eso, es una empresa familiar, tener su embarcación también es sufrir los avatares. Se encallan cuando el motor se mete en una loma de tierra o piedra, entonces las hélices de la embarcación se traban. Los marineros, son tan expertos que se largan a los ríos sin anteojos para limpiar las hélices de basura como plásticos y otros desechos.
ANA.- ¿En estos viajes se realizaban intercambio de productos?
Parar en puerto Siles, Barranco Colorado. Los comunarios esperan los motores para hacer intercambio por productos, ósea, uno les da azúcar, arroz, manteca, y ellos le dan a la gente papayas, guineos, plátanos, es muy bello ser navegante.
ANA.- ¿Qué cambios hay desde la época de tu niñez hasta hoy?
BOV.- Bueno, ahora es muy bonito ver que todavía siguen las embarcaciones de fierro. Por ejemplo: la embarcación en la que yo me crie se llamaba Litoral, dejó de ser transportadora de ganado, de productos de Brasil que se sacaban, porque Guayaramerín está al frente de Brasil, solo en cinco minutos se cruza en deslizadores. Se convirtió en una cisterna que lleva combustible desde Puerto Villarroel a Guayaramerín. Las embarcaciones, el comercio al norte beniano sigue siendo fluvial.
ANA.- ¿Influye la mano depredadora del hombre?
BOV.- Eso es lo triste, donde entra el progreso, el desarrollo, sufre la naturaleza, eso es cierto. En mi niñez orillando los barrancos, salían los monos, las parabas de colores, los loros, salían los lagartos, las petas, los Tibibis todos esos pajaritos, las mariposas. Hoy es una tristeza, una pérdida, la mano del hombre es muy dañina, podemos decir de la naturaleza, eso ya no se ve, eso se perdió con la caza indiscriminada, deforestación, por la depredación y el consumo descontrolado, eso me duele a mi porque me considero un ambientalista, esa experiencia de criarme entre ríos y arroyos, chapapas y canoas, me hizo creer que la naturaleza es vida.
ANA.- ¿Qué porcentaje de los ríos estarían contaminados?
Me animaría a decir que de un 100% un 30% de los cuerpos de agua de las áreas turísticas están contaminados con plásticos y otros desechos, inclusive la gente de las embarcaciones largan sus embases al río porque creen que es un basurero; entonces, por eso llamo a la reflexión para que no contaminemos nuestros cuerpos de agua.