Por Verónica Stella Tejerina Vargas*
“Las personas tienen derecho a un medio ambiente saludable, protegido y equilibrado. El ejercicio de este derecho debe permitir a los individuos y colectividades de las presentes y futuras generaciones, además de otros seres vivos, desarrollarse de manera normal y permanente.” (CPE Cap. V. Derechos sociales y económicos, Sección I. Derecho al Medio ambiente. Art. 33. 2009:17)
Cada año, siguiendo la fatal tradición medioambiental que nos caracteriza vemos como todo arde, cómo el fuego lo va consumiendo todo, así como nuestra tranquilidad, nuestra salud, y los hogares de animales y comunidades. Así también, nos preguntamos: ¿cómo es posible que cada año sigamos tropezando con la misma piedra? O en este terrible caso: ¿Cómo es posible que cada año sigamos incendiando nuestra misma tierra? ¿Con la misma deshonra, la misma insensibilidad y la misma premeditación? ¿Cuáles son las manos ecocidas que no tiemblan para atentar contra la vida, atizando sin descanso las fauces de la muerte? Esas manos están manchadas con la agonía indeleble y el grito de seres vivos que claman por justicia. Esas manos deben pagar por sus acciones y así apagar el dolor que cada año ocasionan a todo un país.
¿Acaso no es posible prevenir estos crímenes anunciados?, ¿estos crímenes incitados? Es indignante ver, nuevamente, y cada vez de peor forma, como los encargados de poner fin a este martirio son los que no dimensionan la magnitud del daño ocasionado, haciendo gala de una ceguera medioambiental que ofende todo entendimiento, vistiendo a todo un país de impotente luto y tristeza.
Son innegables las problemáticas sociales, económicas y de salud por las que atraviesa el país, pero se apunta a resolver todas ellas por el camino incorrecto: el de la devastación de nuestro medio ambiente es dispararnos a los pies, manos, ojos, pulmones, al corazón y al cuerpo entero. El anhelado “progreso” que a su paso sacrifica la invaluable riqueza natural es un atentado a corto, mediano y largo plazo. Es tomar el peor atajo que nos conducirá a potenciar todos los problemas que tratamos de mitigar. Para ser coherentes debemos buscar soluciones factibles y creativas que nos permitan extinguir de raíz las llamas que nos consumen la posibilidad de un presente y un futuro.
A estas alturas, toda la población vive en carne propia los efectos de la contaminación por la mala calidad del aire que nos toca asimilar, lastimando los pulmones, irritando los ojos, acrecentado los malestares alérgicos en la piel y en las vías respiratorias. A estas alturas tenemos que acelerar el trabajo conjunto que sofoque el violento infierno y el terrorismo medio ambiental que nos toca soportar cada año.
Por consiguiente, nos es necesario reflexionar en profundidad y repensar posibles y factibles soluciones. Algunas de éstas pasan por transformar o reencaminar los fallidos modelos económicos de ganadería, minería y agricultura expansiva e intensiva que demandan el desmonte, contaminación y quema irresponsable sin control. A la par de identificar y sancionar a los responsables de tales actos que atentan contra la Madre Tierra y toda la vida que ésta alberga. Sabemos que los pilares mineros, agrícolas y ganaderos son necesarios. Sin embargo, lo que se requiere es establecer eficientes normativas de protección natural, evitando que se desaten las plagas medioambientales que gestión tras gestión estamos resistiendo.
Otra de las acciones necesarias es la de supervisar el tráfico no regulado de terrenos que hacen retroceder dramáticamente el hábitat de la diversidad natural del país. Tenemos que buscar acertados métodos de vigilancia de territorios vulnerables para la conservación de la región, utilizando patrullas medioambientales que empleen los medios tecnológicos necesarios; salvaguardando los ecosistemas ricos en recursos y vida natural.
Asimismo, debemos aunar esfuerzos, sin importar el color político para garantizar recursos destinados a la prevención de estas catástrofes, pero también, para la recuperación de los terrenos, comunidades y animales afectados ya que luego de la extinción de un incendio, la fase de reparación de las zonas dañadas demanda tiempo, capitales y esfuerzos colectivos que no se visibilizan ni prevén.
Bolivia cuenta con una gran red de organizaciones medioambientales, activistas comprometidos y simpatizantes de todas las edades que defienden la naturaleza, esta es una gran fuerza que toca organizar y unificar. Desde lo colectivo se puede generar reflexión y consciencia, aportando desde los conocimientos prácticos que cada profesional tiene como veterinarios, biólogos, ecólogos o ramas afines brindando una ayuda real que incida en las zonas afectadas.
Se deben instalar mecanismos de alerta temprana frente a los focos de incendio y sobre todo éstos deben tener los recursos necesarios para su pronta respuesta. No se puede esperar que las cosas se salgan de control para poder actuar. La tardanza en la movilización de recursos materiales y humanos determina la tragedia o el menor impacto de los desastres.
De igual manera, debemos apuntar a construir alianzas y convenios con organismos e instituciones internacionales, pues la preservación de la naturaleza es una problemática que ya no debe ser encarada sólo desde los países, sino de manera conjunta. Nos toca organizarnos como sociedad para seguir presionando a las autoridades de turno para que cumplan con lo establecido en nuestra Constitución Política del Estado que señala que es responsabilidad del Estado:
“Promover y garantizar el aprovechamiento responsable y planificado de los recursos naturales, e impulsar su industrialización, a través del desarrollo y del fortalecimiento de la base productiva en sus diferentes dimensiones y niveles, así como la conservación del medio ambiente, para el bienestar de las generaciones actuales y futuras”. (Constitución Política del Estado. Capítulo Segundo. Principios, valores y fines del Estado. Artículo 9. 2009:6)
Por tanto, como ciudadanía podemos demandar la protección de todos los recursos naturales. Si bien el deber del Estado es garantizar la base productiva, esta debe estar ligada al cuidado del medio ambiente, algo que se ha descuidado terriblemente por la gran necesidad de expansión agrícola, ganadera y minera. La salud de cada ciudadano se ha visto afectada por los intensos focos de fuego que han hecho mella en el desarrollo cotidiano de la población de varios de los departamentos del país, atentando contra el bienestar de las generaciones actuales; obligándonos así a ser críticos y autocríticos con los modelos económicos imperantes que aprovechan los recursos sin planificación ni responsabilidad.
Reforzando la información de la Constitución Política del Estado, también nos encontramos con la Ley N° 071 relacionada a los derechos de la Madre Tierra, la cual nos permite fortalecer las convicciones de lucha y protección del medio ambiente para evitar los nocivos impactos que generan la extinción de vida como aquí queda de manifiesto en estos dos artículos:
“Desarrollar políticas públicas y acciones sistemáticas de prevención, alerta temprana, protección, precaución, para evitar que las actividades humanas conduzcan a la extinción de poblaciones de seres, la alteración de los ciclos y procesos que garantizan la vida o la destrucción de sistemas de vida, que incluyen los sistemas culturales que son parte de la Madre Tierra”. (Capítulo IV. Obligaciones del Estado y deberes de la sociedad. Artículo 8. Obligaciones del Estado Plurinacional. Página:4)
“d) Asumir prácticas de producción y hábitos de consumo en armonía con los derechos de la Madre Tierra. e) Asegurar el uso y aprovechamiento sustentable de los componentes de la Madre Tierra. f) Denunciar todo acto que atente contra los derechos de la Madre Tierra, sus sistemas de vida y/o sus componentes.” (Artículo 9. Deberes de las personas, página 5) Por todo lo expuesto, nos queda claro que como sociedad debemos exigir a todas las autoridades en su conjunto que pongan en práctica lo estipulado desde los marcos legales constitucionales, para que garanticen el bienestar de la Madre tierra y, por tanto, del medio ambiente y cada uno de sus seres vivos. La ceguera medioambiental que nos ha conducido al luto de la vida debe ser combatida colectivamente, transformando los pilares económicos que se inclinan hacia la muerte y no la vida. Estos tiempos nos demandan -más que nunca-, ser creativos; en este intento nos jugamos el bienestar, la salud y la vida. Es ahora que debemos repensar y generar pilares de transición hacia una economía verdaderamente sostenible donde el bien mayor sea la salud integral junto a la consciencia y protección ambiental.
Mgr. Educación Intercultural Bilingüe